miércoles, 4 de abril de 2012

EL NIÑO HERIDO DE EMILIO FIEL

Reflejos

3 de Abril: El niño herido


Ahora oriente se levanta y occidente se tendrá que volver más espiritual, dejar de adorar el trabajo, la rentabilidad y el dinero en suma. Las emociones negativas dejarán de marcar nuestro destino y nuestras intenciones. Ahora el intento cuenta, la visualización del futuro, el amor y la meditación, el sentimiento implicado en lo que hacemos desde el corazón. Todo lo que consideramos digno y noble es amor: sea la integridad, el respeto, la conexión con lo divino, la honestidad y la comunicación transparente. Todo lo negativo será liberado, el niño herido lleno de rabia y de dolor saldrá de la oscuridad, la mente descansará en la calma interna y el corazón se convertirá en la guía de la acción. Hasta que el amor llene todos los resquicios. Y cuando la agitación nos retuerce por dentro siempre encontraremos en nuestro malestar las huellas sin resolver de nuestros padres internos o las pataletas del infante en la trona, que deberemos afrontar para resolver de una vez el asunto pendiente.
Así es la trinidad, el sol protegiendo a la tierra, y ella sosteniendo a la luna. De la misma manera, el niño se siente seguro de la protección femenina de la madre mientras siente al padre detrás de ambos. Igualmente hay que entregarse al espíritu que nos sostiene y protege, que nos hace sentir seguros y amados.
En el paso hacia la quinta dimensión quedaremos libres de los miedos, nostalgias, dolores y culpas que son nuestra permanente compañía desde la infancia. No habrá más karma pendiente. La magia se convertirá en la expresión física y material del amor divino. Podremos volar sintiendo el amor del universo y nos enfrentaremos al abismo para lanzarnos a los brazos de la diosa. Sólo nos servimos a nosotros mismos, no a la cultura o a la conciencia de masa, es hora de seguir nuestra propia voz interna y no perderla nunca de vista. Soñamos unirnos amorosamente al otro yo, a la esencia femenina (o masculina si eres mujer) del universo, a la forma divina de nuestra polaridad que llamamos diosa.
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